Un libro que se convirtió en espejo y semilla de un pueblo
San Pedro de Urabá siempre ha tenido algo de magia. Esa mezcla entre el rumor del río, la frescura de sus árboles de totumo y la fuerza de su gente, que se aferra a la vida con hospitalidad, resiliencia y orgullo. A ese lugar, corazón de colonos y de memorias, llegamos un jueves en la tarde con la emoción de ser testigos de un acontecimiento histórico: el lanzamiento del libro San Pedro de Urabá, la memoria tejida en palabras, escrito por Marcela Judith Castaño Gutiérrez y Edinson Granada Vera, dos soñadores que se propusieron dejarle a este pueblo una herencia escrita, un relato vivo.
El viaje comenzó en Apartadó, con una parada especial en Turbo para recoger al grupo de bullerengue Corazón de Tambó, dinastía palenquera que sería la banda sonora de la fiesta cultural que nos esperaba. El camino, tantas veces difícil por el estado de la vía, nos regaló esta vez un tránsito más amable y al llegar, San Pedro nos recibió con una noche fresca, con hospitalidad y con un tamal casero en la mesa.
Esa primera noche fue un preámbulo lleno de calor humano: cumpleaños de Edinson, tambor alegre interpretado por Happy, coro vibrante, anécdotas bajo la luna y la sensación de que el corazón de Urabá late distinto cuando la música y la palabra se encuentran.
Era como si el territorio mismo celebrara: la palabra regresaba a su origen, al fuego donde todo comenzó.
Al día siguiente, el pueblo estaba preparado. La Casa de la Cultura, dirigida por Manuel Matos, abrió sus puertas con la certeza de que este lanzamiento no era un acto cualquiera, sino un gesto profundo de memoria. Allí estaban los estudiantes, los docentes, las autoridades locales, las monjitas, el exalcalde Hugo Caballero Ballesteros, el secretario de gobierno, gestores culturales y familias enteras que acudieron a celebrar un libro que ya se sentía como propio.
La jornada comenzó con música, Corazón de Tambó prendió la chispa con un canto que aún resuena:
“La historia de San Pedro, señores vamo’ a contarla”.
Otra vez y con palmas: “La historia de San Pedro, señores vamo’ a contarla”
Un coro que puso a todos a palmear, recordando y sintiendo. Porque este libro no solo se lee: se canta, se baila, se respira.
Después, vinieron las palabras. Manuel Matos resaltó la importancia de este trabajo dentro de la línea formativa de la Casa de la Cultura: “Es triste que hoy los jóvenes desconozcan gran parte de la historia de San Pedro, por eso necesitamos libros como este, que permitan construir nuevas narrativas y dejar sembrada la memoria en las generaciones que vienen”.
La madre de Marcela, Judith Segunda, con orgullo contenido, recordó que también ella había escrito, años atrás, un libro inspirado en su vida, pero recreado en otra mujer: Segunda Valentina. Dijo, entre risas y emoción, que su hija ya la había superado. Contó cómo Marcela, desde niña, era creativa, competitiva e inteligente; tan destacada que en noveno grado fue promovida por sus capacidades.
Ese momento muy inspirador nos permitió miradas cómplices, porque la historia de un pueblo también se teje con los talentos de sus hijos, y con la herencia invisible que pasa de madre a hija: la fe en la palabra.
Se entregaron tres ejemplares simbólicos: uno a la biblioteca de San Pedro para custodio de la comunidad, otro destinado a la Biblioteca Nacional y uno más para el Ministerio de Cultura, las artes y los saberes de Colombia.
Gesto sencillo pero poderoso: el libro salía de sus autores para volverse patrimonio, para volver a su origen como semilla de identidad.
La sala se iluminó con la muestra fotográfica y arqueológica: objetos y rostros de antaño, imágenes que despertaron recuerdos y emociones entre los asistentes. Las fotos fueron detonantes de historias contadas en voz baja, de señalamientos: “Ese era fulano, esa es la casa de.., ese objeto era de mi abuela…”.
La memoria volvió a ser colectiva, compartida, viva. Cada fotografía parecía encender la energía dormida del territorio, como si las voces del pasado hubieran esperado justo ese día para hablar.
Incluso hubo espacio para el debate. Dos personas discutieron con vehemencia y humor sobre quién había sido el primer inspector: si Mariano Torreglosa o un señor venido de Valencia. Más que una disputa, fue una invitación a que la comunidad siga hablando, un reconocer que todos tienen algo para contar, contrastando, corrigiendo, construyendo.
Porque la historia no es estática; es conversación, es pulso, es energía en movimiento.
La comunidad también tomó la palabra. La hermana Celinda, que llegó a San Pedro en 1986, recordó cómo en esos años la energía apenas se instalaba y las instituciones educativas eran incipientes.
“Había un grupo de profesores con verdadera mística, con vocación, que nos ayudaban a formar a los alumnos de San Pedro”, dijo.
Y añadió algo que generó sentimientos: “La gente aquí es de puertas abiertas, lo que piensa lo dice.”
El gestor cultural lo resumió con poesía:
“San Pedro tiene algo especial. Urabá es una colcha de retazos cultural y étnicamente hablando: tenemos la decencia del paisa, el carisma del negro y la alegría del costeño.”
Entre la música, las palabras y las fotos, lo que quedó fue la certeza de que este libro es más que páginas encuadernadas: es la memoria viva de un territorio que se niega a olvidar.
Una memoria que habla de colonos que entraron a la selva con hacha y machete, de matronas que parieron un pueblo, de arrieros que abrieron caminos, de niños que crecieron con mitos y conucos, de fiestas de porro y fogones de leña.
La contraportada del libro lo dice con belleza:
“Entre la Serranía de Abibe y el rumor del río San Juan, se teje la memoria de un pueblo que nació de la selva, el sudor y la esperanza… estas páginas rescatan las voces de quienes con hacha y machete se adentraron en el monte para sembrar sus alimentos y para construir un futuro.”
Y así fue, así sigue siendo.
Porque el alma de San Pedro no solo está en sus páginas, sino en el pulso invisible que une a quienes lo escriben, lo leen y lo sueñan.
Al final, lo que queda es un sueño compartido: que este libro sea semilla.
Que cada capítulo inspire nuevas historias, nuevos relatos, nuevos títulos.
Que los jóvenes se animen a recoger las memorias de sus familias, que las voces de los mayores no se apaguen, que San Pedro siga siendo contado por su propia gente.
Para quienes estuvimos allí, fue imposible no emocionarse.
Porque más que asistir a un lanzamiento, fuimos parte de un ritual colectivo de identidad, un acto de amor que hizo visible lo invisible.
Y yo, que tengo la fortuna de llamar amigos a Marcela y a Edinson, cierro con gratitud.
Gracias por este regalo a su pueblo, gracias por recordarnos que la palabra es raíz y es vuelo, que escribir es también sembrar, y que la memoria, cuando se teje entre todos, se vuelve energía que no muere, sino que vibra en cada corazón que la escucha.
“Porque en cada historia que se escribe con amor, hay un alma que despierta, un territorio que respira y una energía que vuelve a nacer.”
Crónica de Ivonneth Henao Molina
Fotografías: ¡Y AJÁ! Urabá
Octubre de 2025
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